Esta semana, el gobernador Gustavo Sáenz decidió, como se dice en el barrio, ponerse la gorra y cual “cobani” soplón: “¡Cuidado con andar matándome en las redes!”.
Parece que quien se anime a usar las redes para contar algunas verdades o hacer chistes políticos puede terminar tras las rejas. Sí, aunque no lo creas (o si), la censura se viste de gala en Salta.
Redes sociales: Sabemos hoy la importancia y el papel que juegan las redes sociales en política. Tenemos un presidente que se hizo conocido o se “viralizó” en las plataformas. Pero también como hay de las buenas, hay otras campañas “negras” que tienen que ver con campos minados de memes , fake news y trolls con teclado en mano. Pero no siempre fue así. ¿Recuerdan cuando Twitter ayudó a la primavera árabe? Ahora es más probable que te tropieces con un video de memes o humor político que con una revolución.
El “manotazo de ahogado” de Sáenz: En Salta, sin embargo, la cuestión trasciende los problemas globales de las redes sociales. Aquí tenemos un gobernador con la «necesidad» urgente de controlar lo que se dice y cómo se dice. ¿Cómo? Mandando a detener y allanar a jóvenes productores de contenido y acusándolos de calumnias e injurias. ¡Eso sí, con la creatividad de agregarles “intimidación pública” para que suene más grave!
Ahora bien, el Código Penal considera las calumnias tan graves como pisar el césped en un parque público. Si te disculpas, listo, estás libre. Pero aquí, la fiscalía—con instrucciones directas de Sáenz—parece más interesada en fabricar un caso que en respetar la ley.
Una investigación absurda: ¿Y por qué tanta movilización policial y judicial para detener a dos creadores de contenido? ¿Será que en Salta ya solucionamos el problema del narcotráfico, las defraudaciones al fisco, el desempleo y la falta de infraestructura? ¡Claro que no! La respuesta es más simple: Sáenz y su equipo metieron presión a los imputados para que señalaran a políticos y empresarios opositores como responsables de los famosos videos que «atentan» contra “la figura y el buen nombre” del Gobernador.
Con todo este revuelo queda claro que no hicieron otra cosa que fabricar un relato digno de una serie de Netflix. Y luego, como si no fuera suficiente, usaron su ejército mediático—financiado con fondos públicos—para difundir que los culpables eran los “enemigos del pueblo” (léase opositores).
Todo este circo demuestra una sola cosa: se vienen las elecciones y Gustavo Sáenz tiene miedo. Miedo a que alguien, que no cobre pauta oficial, se atreva a informar. Miedo a que las redes sociales le escapen al control de Nicolás Demitrópulos.
Así como controla el poder comprando a la oposición con cargos y sobres, pretende manejar la opinión pública en una mano con la pauta y en la otra con las causas. Pero la historia lo demuestra, al final, intentar callar a todos los que se atrevan a pensar diferente solo asegura algo: que cada vez habrá más gente hablando. Y, lo mejor, haciéndolo sin pedir permiso.













